La cámara que captura Final Fantasy XV

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9 min readMar 4, 2020

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Discutiendo sobre esas fotografías que inmediatamente había tomado, casi como si fuese un acto natural suyo: cada monstruo una imagen, cada caminata dos más, cada plática tres. Y en cuanto al viaje, incontables. Algo había en esos filtros que utilizaba que no resultaban nada agradables, se lo recriminé al instante, pero solo supo devolverme una sonrisa. Enseguida, me empujó, riendo con esa inocencia que lo caracteriza: “no son filtros, Nocto. Son nuestros colores.”

La fotografía es testimonio de un fracaso personal. Una ambición de adolescencia, conseguir una cámara y, devorando todo lo posible entre cursos formativos, salir a la calle y transformar cada espacio posible en una anécdota. Más que un simple tesoro emocional, es la urgencia de una necesidad creativa. Saberse capaz de que con solo un registro en mano se podrá ir y almacenar repetidas obras de arte en apenas unas horas de trabajo. Pero es también un ejercicio delicado, que alejándose de otras formas de resguardo artesanales, sigue exigiendo un tacto que dictamina el límite de qué se puede contener. La fotógrafa es, ante todo, una en constante revisión de su mirada e inventiva, y es allí donde resulta fácil desgastarse.

Se trata de una invitación a pensar más allá de lo visto en la misma. El resultado más básico no es solo enmarcar lo que se ve de manera inmediata, sino que el exterior se desborde sobre la foto. Más que en otros medios, existe en un constante cuestionamiento donde se le presupone un factor de realidad (no existe sin capturar el mundo que se asume verdadero), pero con intervención política (falsear el mundo equivale a destituirnos de la certeza sobre lo que entendemos como cierto, y allí nace la sospecha). Sin siquiera proponérselo, la fotografía consiguió densificar la modernidad, y al convertirnos a todas en autoras de nuestras propias colecciones, el mundo se vuelve en algo deseoso por ser almacenado. Es un llamado inconsciente a su condición imperial: todo tópico puede y debe ser fotografiado.

Qué motiva a fotografiar es una pregunta ambigua, pero qué nos cautiva de estas resulta esclarecedor. Una foto trae consigo una sentencia sobre la realidad, ya sea exhibición o alteración, complicidad o denuncia, recuerdo o culminación, pero la necesidad de resguardo pone en tela de juicio nuestro interés por capturar algo (o mayormente, capturarnos a nosotras mismas). La fotografía y su posterior retroalimentación son elementos que tan fáciles como se muestran se gamifican, entrando de golpe en el terreno de la divulgación. La foto es la máxima de la propaganda, no por número, sino por presencia.

En videojuegos, los que están por venir, la fotografía es el preámbulo al próximo tráiler. En videojuegos, los que se están jugando, retrato de que estamos pasando por allí. En videojuegos, los más recientes, una posibilidad cada vez más recurrente, incluso exigida.

El modo foto ha llegado como una opción lógica en que la gran mayoría de títulos buscan, ante todo, dar libertad a la jugadora para aprehender dicho ambiente, como también que la presencia del juego en redes sociales tome forma física. La accesibilidad de la cámara, aunque esta sea virtual, se vuelve en un fundamento claramente divulgativo, encubierto en la pantomima de la creatividad. Pantomima, en tanto cada videojuego con modo foto es consciente de su preciosismo, por lo que gran parte de su ecosistema ha sido diseñado previamente para que cada imagen sea tu pintura personal, desnaturalizada.

No somos pocas quienes hemos perdido horas armando la proporción áurea perfecta, ubicando el ángulo ideal, situando a nuestro personaje en relación al ambiente para magnificar un escenario fundamentalmente interactivo. Mientras más avanza la tecnología, cada sitio se vuelve en una excusa aún mayor para capturarlo con la mirada impositiva del turismo. Los entornos artificiales, al contrario de los reales, suelen venir maquetados para satisfacer la mirada. No hay encuentro entre sujeto y mundo, un lugar donde la interpretación otorgue significado. La edificación es ahora el significado.

Bloodborne (2015) — Pequeña tragedia que me tomó más tiempo del que estoy dispuesta a reconocer

Recorrer un espacio, especialmente desde que la idea de viajar se ha vuelto en una realidad que la clase media ha podido comenzar a costearse, también significa ir siempre con cámara en mano. El plan más básico de cualquier viaje es la totalización de la experiencia ajena: llegar a un sitio nuevo para capturar lo que para sus residentes es la vida diaria. El turismo es, en mayor o menor medida, el goce continuo de las particularidades ajenas, un espacio donde todo se halla asentado para convertirse en referente de otros viajes futuros. Una forma de capital que ha sabido revestirse como propaganda humanizada.

Resulta hasta impensable el hoy en día escribir una pieza crítica sin que la imagen sea el apoyo final del transcurso, o por lo menos la justificación para conectar una seguidilla de párrafos. Encontrar un referente ideal que valide al texto, ya hoy en día se le entiende como un soporte universal.

La opción de fotografiar no se nos permitiría si no se pensase que allí hay algo digno de ser almacenado. De cierta forma, la captura de pantalla tenía un sustento más rebelde.

Esto emparenta al videojuego con el fetichismo de la cámara, pero más importante, la abstracción de estos mundos ficticios permite una complicidad muchísimo más activa: a cada foto le antecede la idea de no involucrarnos en aquello que se está capturando. De que ha sido preferible dar un paso atrás con motivo de encapsular algo que sobreviva el paso del tiempo.

Esta contrariedad es uno de los elementos que más da valor al conjunto que es Final Fantasy XV, ya no solo porque cuente con una cámara dentro del universo jugable (dándole un contexto interactivo a la que de otro modo sería una opción más), sino porque uno de sus personajes centrales, Prompto, es fotógrafo, y uno de los atractivos de la aventura el recorrido por sus parajes convertido en constante anécdota.

Un punto importante aquí es que, evidentemente, sus fotografías responden a una mirada externa, que no le es propia por su condición ficticia. En realidad, son ilustraciones que refieren de forma específica a varios de los eventos ocurridos entre cada campamento, sin juicio real de un individuo escogiendo qué momentos merecen o no ser capturados. Al llegar allí, acampar durante esas noches cada vez más cercanas a la eternidad, escogemos con cuáles de ellas quedarnos.

La disciplina, en principio, se encuentra reducida a un servicio. Sin embargo, una serie de toques relevantes hacen que esta impresión adquiera matices únicos.

Si se le compara con otra obra ambientada en la presencia continua de la fotografía, como en el caso de Life is Strange, es fácil notar como el trabajo de la imagen se encuentra, incluso, más refinado aquí. En concreto, el estudio del color es la demostración más evidente de la atención al detalle puesta en escenificar con mira fotográfica cada uno de sus espacios. Por lo mismo, resulta tan extraño que la disciplina sea reducida a un simple ejercicio, una cosmética bajo la que su protagonista se relaciona exclusivamente con el avance de la trama y, peor todavía, entendiendo el alrededor como excusa para meros coleccionables.

En Final Fantasy XV, la idea que subyace es la de que todo es digno de ser compartido. Al no haber límites sobre lo que puede o no ser fotografiado por Prompto, la ficción que crea es la de un mundo donde todas las miras son igualmente válidas. Cuando se nos pregunta sobre en cuál de nuestros cuatro protagonistas preferiríamos que se enfocase, lo que realmente cambia es el ángulo desde el que se contemplarán los eventos, pues al tratarse de personajes tan definidos no es lo mismo revisar las de Ignis, en su excentricidad para luchar o incluso comer, que las de Gladio, una alegría constante donde el carisma se superpone a los encuadres perfectos. Los personajes, tal como las personas, demuestran una disposición personal ante la vida a través de cómo se relacionan con la cámara, ya lejos de un mundo embellecido con el fin último de ser fotografiado.

Eso sí, todas dotadas con una extravagancia juvenil que se emparenta inmediatamente con su público objetivo, su cualidad como producto nacido en era de redes sociales y la facilidad de su comedia para convertirse en viral.

Si bien Prompto es alguien profundamente enamorado de sus compañeros, haciendo del grupo siempre quien protagonice estos relatos, lo que se consigue es una sensación de familiaridad a pesar del ambiente. Y aunque esto traiga consigo una carga de corte imperial, donde las culturas y el espacio habitable quedan reducidos a un segundo plano, es también en esta forma de desarticular el enfoque que consigue desprenderse aunque sea un poco del acto mismo de depredar cada lugar con motivo de contemplación personal. El turismo se vuelve menos en reducir el entorno en tanto a su novedad, y más en un simple recordatorio de que, efectivamente, estuvimos allí.

Es a través de esta mirada, profundamente ingenua y con carga irregular de sofisticación, que se dejan patente las ideas que se buscan transmitir a través de sus ojos: una contemplación afectiva de tus compañeros, miradas perdidas, sonrisas tanto incómodas como inesperadas y atención en los pequeños momentos, por absurdos que resulten en retrospectiva. Es allí donde, realmente, adquieren un factor propio. Donde se está contando la historia.

Mucho se habla de las falencias del guión de la decimoquinta entrega, de sus problemas de diseño en el combate o del pésimo manejo de su mundo abierto. Sin embargo, donde más parece brillar es cuando nos movemos libremente por todas estas ideas a medio cocinar pero lo fundamental sale a relucir: en su simplicidad narrativa, estos personajes están dotados con mucha más vida de lo que podrían aparentar. Y esta cada vez más vasta colección sale a contarnos mucho más que cualquier arco argumental pudiese siquiera sugerir.

Es a través de este enfoque que su carga política se vuelve más compleja de abordar, y donde los elementos conflictivos de su historia se vuelven difusos. Que una narración sobre la realeza, o bien gente relativa a esta, viajando en automóvil por toda una región plagada de irregularidades y donde las clases sociales se encuentran sin un punto común sobre las que definirse, que la cámara esté al servicio de las pequeñas variables en la vida de sus protagonistas invita a pensar que no hay un compromiso real con su factor político, lo que es cierto, aunque por otro lado consigue alejarse de la condescendencia que siempre acompaña a la representación en cámara de las desfavorecidas. Al negarse a caracterizar, al convertir a sus personajes en aquello que iguala la realidad del videojuego, diluye el carácter denostador que se presupone de la fotografía de miseria.

Curiosamente, al arrebatarnos el control de la lente y volverla un suplemento de nuestro recorrido individual, consigue otorgarle un significado nuevo.

Lo que queda no es tanto una invitación al recuerdo de nuestro paso por un sitio, sino a recrear emociones de aquello que como grupo vivimos en esa ocasión. Parte de la magia en este enfoque se halla, precisamente, en que la mayoría de estos eventos ni siquiera suceden ante nuestros ojos, sino que se entrevén como parte natural de lo sucedido. Si en la fotografía tradicional se busca que el exterior desborde los límites la imagen, para Prompto es una invitación a la necesidad de conectar, a que las emociones terminen de pintar lo que en una imagen fija se intuye.

Esto, en una aventura que convierte el paso del tiempo en una violenta, incluso apresurada necesidad de madurar a golpes, no es sino una invitación al sollozo. Observar detenidamente todas las fotos que escogimos a lo largo de nuestra aventura, cómo se tratan de eventos que jamás volverán a verse de la misma manera, atestiguan que nuestra vida, en la piel de Noctis, ha sido una digna de ser llorada. Lágrimas de nostalgia.

La fotografía es testimonio de un fracaso personal, uno que no veo posible poder recuperar. Mis aspiraciones por crear algo contingente y llamativo, en tanto producción artística como tal, se han ido machacando con el pasar de los años. Hoy me encuentro más interesada en unificar vivencias, expresar lo que las obras de otras personas consiguen hacer resonar en mí. El trabajo de desgaste se ha vuelto mi rutina, hoy rehuyo cada vez más a ser captada por la cámara, en el miedo a mi propia representación soy cómplice de que la lente solo capte lo que pudiese considerarse bello, pactado previamente, sobre mí.

El viaje es la excusa para acumular fotos.
El videojuego es la excusa para acumular recuerdos.
Una misma, en fin, intenta ser su propia excusa.

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